jueves, 21 de mayo de 2009

Enfrentando la invasión

 

la vida campechana Nomás esperando que toda la barbarie nos pase de frente Imaginemos un día sin libertad: las opciones son solo una y lo dicta la masa Y ya A joderse nomás Olvidémonos de lo que de veras enciende nuestras ganas y nuestro ánimo Eso es historia ya O no dejarnos O encontrar maneras No de enfrentar Sino de evitar claudicar ¿Es eso rendirse? Depende de cómo se mire Lo importante entonces es mirar pasar Lo importante también es Cómo Y ahí entra el color de nuestra armonía O no Simplemente una ligereza en cuanto a la vida (La vida que es entorno y que es un aire que nos lleva, simplemente) La vida campechana pues Por eso me llamo a mi mismo a la cordura Los que me rodean son otra cosa Menos sana Más sombría No puede ser bueno bajar la guardia Tampoco Levantar los puños ¿Es cobardía hacerse a un lado? Ya perdí esperanza Pero he ganado afectos y amor y gustos personalísimos y manías divertidas y risas y cosas mías y de otros que ya son mías Perdí las ganas de enfrentar Pero Ah Cómo he disfrutado enderezarme cuando creo verme afectado Para eso son las cosas ¿De qué sirven nuestras pasiones? La vida campechana es la vía

 

(me voy por un café)

 

lunes, 11 de mayo de 2009

La guerra perdida

 

Somos los que intentamos volver a las cosas los que estamos mal. Los demás, los que son incapaces de pensar por encima de su nivel intelectual básico, deben de estar bien. Cualquier ejercicio intelectual que exija más que la simple decisión de abrir los ojos, mover un dedo o sentarse a comer, es una actividad estrafalaria e innecesaria: nada puede valer la pena si hay que pensar para adentrarse a ella, argumentan los demás. Por eso no interesan ni el cine, ni la música, ni la poesía, ni la literatura, ni el arte ni nada que de verdad valga la pena. Interesan, esos sí, los ritmos mediocres y facilones, como el intelectualmente desposeído reggaetón. Interesan, esos sí, los suspiros y gazmoñerías repetidos ad nauseam de la telenovela en turno. Interesan, esos también, los libros que nos dicen cómo hacer las cosas –como si la vida fuese un procedimiento. Interesa, lo veo todos los días, cualquier inmundicia envuelta en colores brillantes: la persona promedio acepta por buena cualquier trastada, siempre y cuando sea del gusto de la masa.

 

Dice Alessandro Baricco, el excelente novelista italiano, que la 9na sinfonía de L. v. Beethoven fue la primera composición musical que hizo a los críticos volver a ella para saber qué estaba pasando. Antes, al parecer, no sucedía así. Ahora, ya se ve, tampoco. Cualquier melodía ñoña es himno al día siguiente de ser pasada por la validación de la radio y el hit parade. Los aeropuertos son, lo dicen los que leen, el punto de venta más grande de libros. Claro, libros que no piden al lector más allá del gruñido neuronal, del simple y llano movimiento de los ojos. De Carlos Cuauhtémoc Sánchez a Dan Brown, pasando por Coehlo y otros autores igual de pobres, ya vemos hacia donde va la clase culta que, insisto, lee. ¡Ah, la estupidez! ¡Da libertad para entretenerse con tan poco..!

 

¿Otro ejemplo? El cine. Ya enfundado en su valor de ocio poco inteligente, el cine no es en sí, sino en su perímetro: valen más –no solo en términos económicos, sino de peso específico en el gusto de la masa– la promoción, la figurilla de acción, el nombre del actor y hasta la inminencia de una secuela. Un premio, sobretodo si es un disminuido Oscar, se puede anticipar: ¿la peli toca tema social con supuesto coraje, lleva nombre conocido y apacigua la necesidad del público de pedir prestadas las emociones? Premio de la Academia, seguro. O qué tal: ¿el actor en cuestión deja de lado el cine de comedia/aventura/acción para tocar tema sensible con increíble, por impostora, postura histriónica? Premio(s) de la Academia, seguro.

 

El entretenimiento no requiere, parece decir la sociedad, de ningún esfuerzo. ¿No se dan cuenta, me pregunto, de que en el esfuerzo hay también un goce y un placer que no son menores? ¿Habrán, alguna absurda vez en su vida, tenido la paciencia para esperar, para escuchar, para dejar que las moscas muertas dentro de sus cabezas se pongan a revolotear? No lo creo. Las cosas, nomás, seguirán igual. Y eso, en el mejor de los casos…

 

(Corolario: “¡Qué influenza ni que ocho cuartos! Vamos a seguir adelante hasta que haya democracia” dijo el Lic. López, ese involuntario Borat con el que acarreamos por ser una sociedad mediocre.)

 

viernes, 8 de mayo de 2009

El crecilac de todos los días

 

Día aciago para el béisbol. No, Manny Ramírez no es un caso único. Ni siquiera, la gota que derramó el vaso. Es, tan solo, un ejemplo más de la inercia que ya puebla este deporte. O todos, para el caso. Ayer leía a personas que pedían que los recientes triunfos en Serie Mundial de los Red Sox se marcaran con un asterisco, para dejar en claro de que detrás de eso hubo trampa y mala fe. Pero, en ese espíritu, ¿no tendrían los Yankees que deshacerse de no sé cuántos campeonatos divisionales y de liga por haber tenido -o tener, lo que es peor- a ejemplos probadísimos del consumo de esteroides, como Giambi, Clemens, Pettite, A-Fraud etc.? Y lo mismo con los otros 28 equipos. Lo que es cierto es que no podemos mirar con la misma óptica a Hank Aaron y a Barry Bonds, ni a Babe Ruth y a Mark McGwire. No me extraña que el record de Joe DiMaggio, 56 juegos consecutivos pegando de hit, no se haya roto en 67 años ni se vaya a romper nunca: no hay droga que te ayude a ser constante...

¿Qué pensar del castigo? Manny volverá en Julio y seguirá bateando -aunque sin ayuda del crecilac- y conducirá a los Dodgers, quizás, otra vez a los playoffs. Le reducen casi 8 millones de salario, pero ¿hace mella a un jugador que ha ganado más de 200 millones en 10 años? No lo creo. Lo siento por Manny, pero mientras la MLB no se faje los pantalones e imponga castigos de verdad (¿qué tal una temporada sin jugar y sin sueldo y banned for life si reincides?), no habrá manera de disuadir a novatos, estrellas y demás de que el béisbol es un deporte donde se compite con habilidades formadas, no prestadas.