sábado, 17 de julio de 2010

Mientras escucho la Metropolis symphony de Michael Daugherty...


Eso que llamamos música clásica es el más abierto y honesto de los géneros musicales. Es más: sin darle mucha vuelta, me atrevería a decir que la música clásica es la no solo la elevación más alta, sino también el muestrario más abierto de entre todas las artes. Un poco al margen, en comparación con los caminos siempre visibles de la pintura, la escultura y el cine, la música clásica se ha integrado mejor con lo contemporáneo, sin que ello haya significado una merma en su carácter fuerte y encontrado, en esa intención a veces purista y a veces inquieta, en esa vastedad que parece llegar a límites. No hay límites, de eso se trata. La emoción se presta para todo y para todos: la etiqueta vieja y chata de lo aburrido y elitista cae por tierra en cuanto accedemos a su universo. Me parece que, como arte, la música clásica es potencialmente destructiva y hermosa. Su dualidad reside, insisto, en esa apertura: basta con que la expresión sea sincera, y todo se vale.