lunes, 31 de marzo de 2008

Opening day II: al más puro estilo tabasqueño

Mi amigo Adolfo simplemente no entiende de rivalidades y posa, así, todo sonrisa y sudor ajeno, junto a un Julio Franco que, con 49 años encima, aún se hace respetar en el home plate. La foto, luego de un segundo juego de la primera serie de los Olmecas de Tabasco en casa. La serie, al final, resultó infortunada para los de casa, pero ¿quién nos quita el gustazo de ver un 2–1 en la 11va.? No, si el béisbol se rodea de misterios que abarcan a los que, del otro lado, miramos, solo miramos...

 

Opening day

Opening day significa muchas, muchas cosas: la promesa de una campaña nueva –con lo que de sorpresa cabe en la novedad y la esperanza–; también, algo de la mucha emoción que necesitamos para lavar lo que los Bonds y los Clemens y los Cansecos le han hecho (bueno: le hacen) al juego. Y lo de siempre: juegos clave, jugadas rarísimas y hermosas, cercanía a records, una post-temporada con unos Yankees –ahora sí– puestos ya en el papel de principales actores, de definidores, de nombres y de sueños. Para comenzar: los Yankees visitan el monstruo verde los días 11, 12 y 13 de Abril: en el Yankee Stadium, última temporada en él, Yankees recibe al equipo de Manny los días 17, 18 y 19.

 

martes, 25 de marzo de 2008

Black metal: una lista

¿De qué va cada canción? Las 10 mejores canciones en la historia del black metal Una lista no exhaustiva, que se pretende buen muestrario del género musical más puro, después de la música clásica. Todo extremo termina por confundirse y revolverse en eso que repudian. Lo mismo, pues, una alusión directa a la figura más alta del cristianismo que el más completo y sincero ateísmo. Muestras de, finalmente, lo mismo: el orden trastocado del mundo es un reflejo del alma humana, sin más. Claro, que hay que vérselas con lo machacoso del género y esa primera sensación –cuando se le conoce– de extrañamiento ante lo que erróneamente nos parece cacofonía. Basta sentarse, inundarse, escuchar abierto y simple: que la música exprese y ya. Ejercicio difícil, sí, cuando la costumbre va más por el hit parade y las delicias mercantiles de la radio, pero hay para todos y lo único es tener paciencia, escuchar y descubrir la maravilla. El black metal, a diferencia de cualquier otro género, es pura creación de ambientes: atmósfera auténtica. Un género honesto, por donde se le vea. ¿Cómo acercarse? Sugiero el siguiente orden, cronológicamente mío:

 

1.       De mysteriis dom Sathanas de Mayhem. En Mayhem se reúnen, magníficos, la fastuosidad oscura y el delirio de la batería de Hellhammer, baterista que –ya se sabe– es uno de los mejores. La canción en cuestión pone en entredicho toda la habladuría en torno a la validez de lo bizarro: o se hunde y se disfruta o se hace mejor a un lado.

2.      Quintessence de Darkthrone. Dos o tres riffs bastan para inyectar de desesperanza. La voz solo complementa esa sensación enérgica de apatía, desolación y sufrimiento.

3.      Inno a Satana de Emperor. Si he de verme forzado a escoger al mejor grupo de black metal, tendría que escoger a Emperor. Música maravillosamente pulida: como en ningún otro grupo, las sensaciones dictadas por los instrumentos se funden de veras, creando una especie de contrapunto a escala. A escala exacta, casi diría yo. La voz en clean al final, entonando el Inno a Satana –falso latinismo– es en sí un himno del género.

4.      Det som en gang var de Burzum. One-man band: Varg Vikernes, ya en la cárcel, luego de una emblemática –y criminal– temporada de asesinato, quema de iglesias y tumbas violentadas, compone para un universo aislado: el suyo, me parece. Los demás, haciendo de lado su visceralidad brutal y merecido encarcelamiento, solo rascamos una parte de esa locura: +14 minutos de oscurísima gloria y destierro.

5.       Mourning palace de Dimmu Borgir. Ok, comerciales hasta decir basta. Pero capaces de cosas como esta: pura furia, pura bandera de realidad brutal. Se les perdona lo de hoy –disquera grande, promoción en Ozzfest, abuso de teclados y voces en clean–: Dimmu Borgir es uno de los grandes por canciones así, contundentes y bien llevadas.

6.      Do not speak de Anaal Nathrakh: los primeros no noruegos de la lista, Anaal Nathrakh, siendo un dueto inusual y artificioso, logran darle valía al black metal no escandinavo. La voz, desgarrada, es una de las mejores del género, y la violencia contenida de la canción recuerda lo tortuoso del camino humano: violencia a perpetuidad, en una caída cuyo símbolo bien podría ser algo que suene, cercanamente, así.

7.      Beneath the howling stars de Cradle of Filth. Aún más vendidos que Dimmu Borgir, estos ingleses me hicieron descubrir, con esta canción, al género. De ahí, todo fue caída y luz al pozo de las maravillas. Que valga por ello y nada más.

8.      Buried by time and dust de 1349. ¿Cómo mejorar, i. e., hacer más brutal y rápida, una canción de suyo potente de Mayhem? Un grupo novel, pero con un baterista como Frost, ya conocido por sus desmanes y su velocidad. 1349 es uno de los grupos que, hoy, mejor definen –y defienden– al género.

9.      As temples burn de Kult ov Azazel. Con credencial de la Church of Satan, quitadísimos de la pena y francamente músicos, Kult ov Azazel –esos a quienes queríamos traer a Villahermosa a dar un concierto– sorprende de tan buenos. Seguirlos de cerca, a pesar de su outre-Atlantisme incierto, es dar con uno de los caminos más actuales, rápidos y violentos del black metal.

10.   K.I.N.G. de Satyricon. Mi canción favorita en muchos años y uno de los mejores grupos del género (de cualquier género). Mi esposa los recuerda, entre caras de desencanto y sincero descrédito, en un concierto memorable, apenas el año pasado en México. Recorrerse la discografía –y la evolución purísima de su estilo– de Satyricon lleva a encontrarse perlas: K.I.N.G. es la última: sencilla, ya sin velocidad pero precisa y brutal.

 

miércoles, 12 de marzo de 2008

Falsas ideas alrededor de la música clásica: una lista

1. Aburrida

2. Buen fondo para ___________ (llénese con: limpiar la casa, comer, hacer el amor, lavar el carro, correr,...)

3. Romántica y sólo romántica

4. Únicamente tolerable como score de un filme

5. Antigua

6. Inextricable

7. Lenta, sosa, sin caña

8.  Tan muerta como el dodo

9. Lejana, ajena

10. Elitista

 

jueves, 6 de marzo de 2008

In vino veritas

Esa tarde, con mi amigo David, en algún momento la plática dejó de entretenerse con las bodas de Caná y la evidencia de que el primer milagro de Jesús no fue sino una prolongación de una borrachera que, seguro, ya llevaba sus días con sus noches. El tema –se prestaba, claro– despertó la sed y los ánimos y nos fuimos a Tierra de Vinos. ¿Cómo se escoge un vino enfrentado a la mucha oferta, por un lado, y al claro aturdimiento del paladar, por otro, ya asestado de tequilas y cervezas? Yo señalaba, cauteloso, un Malbec. David, quien habla de vinos como quien habla de autores, recomendó un Cabernet. La dejadez provocada por el sopor etílico me hizo aceptar, a pesar de mis remilgos callados, y en unos minutos ya gustábamos de un Cabernet Sauvignon, cosecha 2001, de las bajacalifornianas Bodegas Santo Tomás. ¡Qué maravilla de vino, les digo! Con decir que hasta dejamos escurrir en la sombra la borrosa y pesada compañía de terceros. Confieso que, hasta ese día, la sola mención de la Cabernet me hacía levantar la guardia. Ya no. Ya pruebo, compruebo. Y este de Santo Tomás se antoja fresquito, solo, en esas noches que anticipan otra cosa: mera compañía ante lo previsible. O acompañando la comida, que ya se ve que realza, de verdad, platos de variedad bastante: lo he puesto a prueba con carnes, pastas, panuchos de pavo: se lleva bien hasta con lo improbable. Y, por un precio moderado, se convierte en excelente opción de cava continua.

 

martes, 4 de marzo de 2008

Uno de Carlos Pellicer

Deseos

 

Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color.
Todo lo que yo toque
se llenará de sol.
En las tardes sutiles de otras tierras
pasaré con mis ruidos de vidrio tornasol.
Déjame un solo instante
dejar de ser grito y color.
Déjame un solo instante
cambiar de clima el corazón,
beber la penumbra de una cosa desierta,
inclinarme en silencio sobre un remoto balcón,
ahondarme en el manto de pliegues finos,
dispersarme en la orilla de una suave devoción,
acariciar dulcemente las cabelleras lacias
y escribir con un lápiz muy fino mi meditación.
¡Oh, dejar de ser un solo instante
el Ayudante de Campo del sol!
¡Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color!

 

lunes, 3 de marzo de 2008

Una manera diferente de no banalizar el Mal

“Dawn”, de Elie Wiesel

 

(o de como la violencia pasa de mano en mano)

 

Cae muy bien leerse un libro, escrito por un sobreviviente del Holocausto, que no caiga en la lamentación fácil. Aclaro: la Shoah ya pasó a la historia como su carga más pesada y difícil de llevar. En el intento implacable de exterminar al judaísmo europeo, el nazismo deshizo todas esas utopías de entre-guerras acerca del hombre y su devenir: intentonas fútiles, tristemente venidas a menos a fuerza de Auschwitz-Birkenau, zyklon-B y Judenfrei. La catástrofe dio pie, claro, a numerosos testimonios, crónicas, novelas y ensayos sobre la experiencia concentracionaria: casi cualquier ex-deportado se volvió, al día siguiente de su liberación, en escritor, dada su privilegiada cuanto cercana y dolorosa cercanía con el Mal. Y ahí tenemos librerías llenas de porquerías, de crónicas mal escritas, peor justificadas. Las excepciones, eso sí, son maravillosas, como “Si esto es un hombre”, de Primo Levi, y “Ser sin destino”, de Imre Kertész. La postura es muy otra con ellos y dejan de lado el facilismo de la lamentación, del dolor por el dolor y la experiencia inexplicable de la Pérdida, así, con mayúscula. “Dawn”, sin ser precisamente un testimonio de los campos de concentración, lleva mucho de ellos en él: un reflejo de la violencia en manos de judíos, en manos de las víctimas, ahora victimarios. No hay concesiones de ningún tipo y la duda queda escrita entre líneas: ¿cómo justificar el Mal? No, no hay manera y Elie Wiesel, deportado a Auschwitz y Buchenwald, lo sabe y demuestra. Partiendo de una trama sencilla y oportuna –el ajusticiamiento de un hombre en manos de un verdugo judío–, la novela contiene todos los horrores, todos los temores y toda la indignación que significa, nuevamente, la muerte del Hombre Nuevo y su falacia.

 

(¿La foto? La tomé en el sitio de Auschwitz-Birkenau, desde el punto donde termina la vía de tren, justo a un lado de las ruinas de las cámaras de gas. La sensación que envuelven la inmediación de un millón y medio de muertes es alucinante; aún más, su representación.)