lunes, 3 de marzo de 2008

Una manera diferente de no banalizar el Mal

“Dawn”, de Elie Wiesel

 

(o de como la violencia pasa de mano en mano)

 

Cae muy bien leerse un libro, escrito por un sobreviviente del Holocausto, que no caiga en la lamentación fácil. Aclaro: la Shoah ya pasó a la historia como su carga más pesada y difícil de llevar. En el intento implacable de exterminar al judaísmo europeo, el nazismo deshizo todas esas utopías de entre-guerras acerca del hombre y su devenir: intentonas fútiles, tristemente venidas a menos a fuerza de Auschwitz-Birkenau, zyklon-B y Judenfrei. La catástrofe dio pie, claro, a numerosos testimonios, crónicas, novelas y ensayos sobre la experiencia concentracionaria: casi cualquier ex-deportado se volvió, al día siguiente de su liberación, en escritor, dada su privilegiada cuanto cercana y dolorosa cercanía con el Mal. Y ahí tenemos librerías llenas de porquerías, de crónicas mal escritas, peor justificadas. Las excepciones, eso sí, son maravillosas, como “Si esto es un hombre”, de Primo Levi, y “Ser sin destino”, de Imre Kertész. La postura es muy otra con ellos y dejan de lado el facilismo de la lamentación, del dolor por el dolor y la experiencia inexplicable de la Pérdida, así, con mayúscula. “Dawn”, sin ser precisamente un testimonio de los campos de concentración, lleva mucho de ellos en él: un reflejo de la violencia en manos de judíos, en manos de las víctimas, ahora victimarios. No hay concesiones de ningún tipo y la duda queda escrita entre líneas: ¿cómo justificar el Mal? No, no hay manera y Elie Wiesel, deportado a Auschwitz y Buchenwald, lo sabe y demuestra. Partiendo de una trama sencilla y oportuna –el ajusticiamiento de un hombre en manos de un verdugo judío–, la novela contiene todos los horrores, todos los temores y toda la indignación que significa, nuevamente, la muerte del Hombre Nuevo y su falacia.

 

(¿La foto? La tomé en el sitio de Auschwitz-Birkenau, desde el punto donde termina la vía de tren, justo a un lado de las ruinas de las cámaras de gas. La sensación que envuelven la inmediación de un millón y medio de muertes es alucinante; aún más, su representación.)

 

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