Somos los que intentamos volver a las cosas los que estamos mal. Los demás, los que son incapaces de pensar por encima de su nivel intelectual básico, deben de estar bien. Cualquier ejercicio intelectual que exija más que la simple decisión de abrir los ojos, mover un dedo o sentarse a comer, es una actividad estrafalaria e innecesaria: nada puede valer la pena si hay que pensar para adentrarse a ella, argumentan los demás. Por eso no interesan ni el cine, ni la música, ni la poesía, ni la literatura, ni el arte ni nada que de verdad valga la pena. Interesan, esos sí, los ritmos mediocres y facilones, como el intelectualmente desposeído reggaetón. Interesan, esos sí, los suspiros y gazmoñerías repetidos ad nauseam de la telenovela en turno. Interesan, esos también, los libros que nos dicen cómo hacer las cosas –como si la vida fuese un procedimiento. Interesa, lo veo todos los días, cualquier inmundicia envuelta en colores brillantes: la persona promedio acepta por buena cualquier trastada, siempre y cuando sea del gusto de la masa.
Dice Alessandro Baricco, el excelente novelista italiano, que la 9na sinfonía de L. v. Beethoven fue la primera composición musical que hizo a los críticos volver a ella para saber qué estaba pasando. Antes, al parecer, no sucedía así. Ahora, ya se ve, tampoco. Cualquier melodía ñoña es himno al día siguiente de ser pasada por la validación de la radio y el hit parade. Los aeropuertos son, lo dicen los que leen, el punto de venta más grande de libros. Claro, libros que no piden al lector más allá del gruñido neuronal, del simple y llano movimiento de los ojos. De Carlos Cuauhtémoc Sánchez a Dan Brown, pasando por Coehlo y otros autores igual de pobres, ya vemos hacia donde va la clase culta que, insisto, lee. ¡Ah, la estupidez! ¡Da libertad para entretenerse con tan poco..!
¿Otro ejemplo? El cine. Ya enfundado en su valor de ocio poco inteligente, el cine no es en sí, sino en su perímetro: valen más –no solo en términos económicos, sino de peso específico en el gusto de la masa– la promoción, la figurilla de acción, el nombre del actor y hasta la inminencia de una secuela. Un premio, sobretodo si es un disminuido Oscar, se puede anticipar: ¿la peli toca tema social con supuesto coraje, lleva nombre conocido y apacigua la necesidad del público de pedir prestadas las emociones? Premio de la Academia, seguro. O qué tal: ¿el actor en cuestión deja de lado el cine de comedia/aventura/acción para tocar tema sensible con increíble, por impostora, postura histriónica? Premio(s) de la Academia, seguro.
El entretenimiento no requiere, parece decir la sociedad, de ningún esfuerzo. ¿No se dan cuenta, me pregunto, de que en el esfuerzo hay también un goce y un placer que no son menores? ¿Habrán, alguna absurda vez en su vida, tenido la paciencia para esperar, para escuchar, para dejar que las moscas muertas dentro de sus cabezas se pongan a revolotear? No lo creo. Las cosas, nomás, seguirán igual. Y eso, en el mejor de los casos…
(Corolario: “¡Qué influenza ni que ocho cuartos! Vamos a seguir adelante hasta que haya democracia” dijo el Lic. López, ese involuntario Borat con el que acarreamos por ser una sociedad mediocre.)
2 comentarios:
Qué pasa mi estimado doc?
Le noto un poco enfadado, decepcionado, resignado con los conacionales que nos han tocado.
Cual de los miles sin sentidos de la sociedad mexicana (o mundial) lo ha puesto en este estado?
Por acá, aunque suene trillado se le piensa mucho y bien, no he dejado de regalarme con las lecturas recoloctadas en el Salón du Livre, con especial mención a "El testigo" de Villorio y "Vidas perpendiculares" de Enrigue.
Gracias.
Carlos,
te faltó mencionar la "danza" del Caballo Dorado y los videos de You-Tube que han tenido tanto éxito nacional
saludos desde el Callejón
Ruy
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