Esa tarde, con mi amigo David, en algún momento la plática dejó de entretenerse con las bodas de Caná y la evidencia de que el primer milagro de Jesús no fue sino una prolongación de una borrachera que, seguro, ya llevaba sus días con sus noches. El tema –se prestaba, claro– despertó la sed y los ánimos y nos fuimos a Tierra de Vinos. ¿Cómo se escoge un vino enfrentado a la mucha oferta, por un lado, y al claro aturdimiento del paladar, por otro, ya asestado de tequilas y cervezas? Yo señalaba, cauteloso, un Malbec. David, quien habla de vinos como quien habla de autores, recomendó un Cabernet. La dejadez provocada por el sopor etílico me hizo aceptar, a pesar de mis remilgos callados, y en unos minutos ya gustábamos de un Cabernet Sauvignon, cosecha 2001, de las bajacalifornianas Bodegas Santo Tomás. ¡Qué maravilla de vino, les digo! Con decir que hasta dejamos escurrir en la sombra la borrosa y pesada compañía de terceros. Confieso que, hasta ese día, la sola mención de la Cabernet me hacía levantar la guardia. Ya no. Ya pruebo, compruebo. Y este de Santo Tomás se antoja fresquito, solo, en esas noches que anticipan otra cosa: mera compañía ante lo previsible. O acompañando la comida, que ya se ve que realza, de verdad, platos de variedad bastante: lo he puesto a prueba con carnes, pastas, panuchos de pavo: se lleva bien hasta con lo improbable. Y, por un precio moderado, se convierte en excelente opción de cava continua.
1 comentario:
La borrosa sombra de terceros: la de aquellos, vanidosos, egoistas y elitistas.
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