Un vistazo, así, sin querer, permite asomarse a la parte más auténtica de la ciudad, de cualquier ciudad: esa donde domina lo humano. No se ha demostrado límite para la imbecilidad: no lo hay. Ya se ve que hasta grupúsculos incapaces de votarse y organizarse a sí mismos, tienen el descaro de pedir a los demás que voten y se organicen (consulta popular, que le llaman). No, no hay límite...
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