lunes, 23 de marzo de 2009

Lecciones no aprendidas (aún)

 

El Clásico Mundial de Béisbol termina hoy, con el juego final entre Corea y Japón, únicos equipos merecedores de estar ahí, a un paso. El trofeo del Clásico se quedará en Asia. ¿Con qué nos quedamos nosotros? Con avisos y alarmas, con ciertas lecciones que nuestros equipos –caribeños y norteamericanos– deberían sentarse a analizar:

 

1.        La vuelta a lo elemental: toque de bola; correr las bases y abrir la posibilidad de que un sencillo se convierta –usando piernas, velocidad e inteligencia– en un doble; saber cuándo robar una base, robando antes el lanzamiento al pitcher, aprovechando bolas lentas y aquellas que caen, distrayendo al cátcher.

2.       Saber batear: no solo conectar hits: también, ajustar el swing en función del pitcher; incomodar su zona de strike; aprovechar las esquinas y saber levantar bolas que caen: la curva como oportunidad.

3.       Jugar como equipo, no en equipo. Un juego se gana si se construye una victoria. Es cierto: muchas carreras caen como resultado de potencialidades individuales, pero mucho se logra levantando poco a poco el triunfo. En latitudes tan poco favorecidas con el batazo largo, como la nuestra, es urgente repensar en un béisbol de toque, de puesta en juego, de robo y coordinación de equipo.

4.       El poder al bat no lo es todo. Ayer, Japón le anotó un par de carreras a Estados Unidos basándose en la estrategia base por bolas – hit & run – elevado de sacrificio. Un solo hit bastó para hacerse de una carrera.

5.        La velocidad en el brazo de los pitchers no lo es todo. ¿Le hubiera ido mejor a la selección mexicana de haber incorporado a otros pitchers de Liga Mexicana? Apostarle al pitcheo fogueado en Grandes Ligas es apostarle a la recta y a su velocidad. Quizás convenía probar las opciones locales: curvas, cambios de velocidad, tenedores, sliders y toda esa variedad de mentiras que hacen tan chispeante el juego latino y asiático.

 

viernes, 20 de marzo de 2009

Saber escribir cuentos

 

Escribir cuentos no es cosa fácil. Chejov lo sabía; también Faulkner y Joyce. Cortázar quiso pasar inmune y lo cambió todo. Todos lo domesticaron a fuerza de genio. Otros han intentado, con resultados menores. Tanto, que el cuento es ya una forma de poesía: su lectura es cada vez más marginal y se vuelve a él cuando, de plano, no se puede ya más. Escriben cuentos muchísimos; no tantos -poquísimos- los levantan hasta lo que formidablemente alborota sentidos todos y la imaginación y vuelve comestible a la rutina. Etgar Keret no es un grande -no aún- pero se disfruta bastante. Un cuento es un universo, me dijo alguien. Creo que no entendí qué me quiso decir –la gente dice taaaaaantas cosas que uno deja de hacer caso-, pero ahora me aproximo a una idea: los cuentos de Etgar Keret son extrañamente convencionales, pero vivientes de un dinamismo que quizás se encuentre en el lenguaje, quizás en la trama: seguramente en la idea misma de que todo, vida y cuento, son ficciones sin remedio. Leí los cuentos del libro como pidiéndole más al autor; terminé con un final en boca y en mente delicioso, como si de aguas se tratara, como si de aguas que colman una ansiedad se tratara. Creo haberlos leído puro, sin otro afán que el de sentarme a vivir en otro mundo. No pasó nada mientras leía: pasó todo después. Cayó como lluvia en campo pelado el libro, luego de un par de lecturas accidentadas y menores. Me preparó para lo siguiente, que es todo lo demás. Hoy, a semanas de haberlo leído, reconozco en mis lecturas un candor que seguramente vengo arrastrando desde que cerré el libro de Keret. No, no es una influencia mayúscula y definitiva; solo digo que, a pesar de todo, la literatura sabe darse la mano con la vida.

 

Además, Sexto Piso trae a la mesa, como efecto colateral, la discusión sobre la traducción. ¿Cuántos a toda madre, gachos y tranqui, güey caben en una traducción sin sonarnos estorbosa y forzada? A mi gusto, la cosa aquí sale sobretodo bien y no encaja mal el intento localista del traductor.

 

(“Pizzería Kamikaze y otros relatos”, de Etgar Keret)

 

jueves, 19 de marzo de 2009

La residencia de la belleza

 

La belleza admite definiciones diversas. Una de ellas ocurre siempre que se juega al béisbol. La franqueza de una lucha en la que ese que defiende abre la puerta a la posibilidad del ataque es no solo grandiosa, sino sublime. Ya no digamos de lo tenso y exacto de la belleza que es la contención de juez y partes en un área tan pequeña como nuestra presencia en el mundo: somos para hacer y ser juzgados por ello. Lo aceptamos y eso es un diente más del engrane que extiende el hilo de lo vivible y contagioso. Mirar como cabe en un período de 3 horas el levantamiento de una montaña a partir de pedazos de tierra y de virtud llena de muchas cosas buenas la vida.

 

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Epílogo: Japón eliminó a Cuba del Clásico Mundial de Béisbol, dejando a un equipo impensablemente perdedor con la posibilidad, apenas, de un 5to lugar. Ver el juego me demostró, a manos llenas, en dónde prevalecen la belleza y la razón.

 

martes, 17 de marzo de 2009

Acomodarle caldo a la taquiza

 

Maridar comida y vino es una actividad compleja, intensa, poéticamente cercana al fallo. Cuando se trata de comidas mexicana, el maridaje se antoja forzado, excesivo: ¿por qué preocuparme por maridarle vino al mole cuando una buena cerveza o –si la ocurrencia mexicana es costumbre- una cocacola hacen perfectamente el trabajo de acompañar lo delicioso de la combinación de chiles y chocolate? No sé, pero a veces sí que se antoja arriesgarse y ponerse a sopesar caldos frente a platillos improbables. Ayer, Camenchi y yo salimos airosos –satisfechos, contentos, ya enervados por el alcohol- de una comida que incluyó sopa de tortilla, tripas fritas y tacos de filete con chicharrón, todo perfecta e intensamente arrosado con un Monte Xanic varietal syrah que hizo que la grasa, lo picante y hasta lo estrambótico del aguacate se llevasen no solo bien, sino que, misteriosos y anónimos, se fundieran con humores y bajaran por mí montados en el delirante cuanto fragante final pimentado del tinto en cuestión. Nada nuevo: hace ya meses, mi amigo F. propuso enfrentar un tinto syrah con panuchos de pavo con repollo y salsa roja y el resultado de la contienda nos dejó sorprendidos y animados.

 

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“Do you feel the spiciness of the syrah?”, me preguntaba Don Miller mientras miraba yo un violeta único, maravilloso. Sí, sí que lo sentía y apuntaba yo a las posibilidades.

 

 

miércoles, 11 de marzo de 2009

Tarde como si nada

 

quien es exacto

 

un montículo

 

hay un aire resueltamente absurdo

 

esto no es

 

un verbo sí es

 

la verdad sube

 

exactamente altiva

 

(todo quieto

 

presente

 

otra vez)

 

La razón a quien la tiene

 

Hace unos meses, a propósito de la salida en salas de la película Martyrs, decía yo que el cine francés actual se daba un respiro, luego de décadas de pretensiones y bandazos inútiles, y lo hacía siguiendo un esquema diferente. Sí, un esquema fundamentado en la fusión de un cine gore y de horror con lo más preciado del cine galo: la idea secretamente extendida de que el cine no es sino un pretexto para explorar la psique de los personajes. Joder, que sucede hasta en sus comedias más bobas y en su cine de acción (sic) más innoble e ingenuo. Y así se llegó a una fórmula que ya nos ha dado muchas cintas, todas ellas intentándose diferentes y todas ellas pretendidas muestras de que el cine francés respira, nuevamente, y lo hace a bocanadas que se dejan sentir por todos lados. Grosso modo, eso es lo que dije por aquí hace unos meses. Mi primo N. me refutó, alegando influencia asiática y no sé cuántas cosas más. Respondí a la defensiva, claro, y argumenté similitudes con el black metal –ese sí: fantástica y oscuramente bien logrado– sin mucho convencimiento. Total, que hace unas semanas vi Frontière(s), de Xavier Gens, peli anunciada como ejemplo de ese respiro tan  ­–ahora sí: sospechosamente– publicitado. Resultó poco menos que un fiasco: ni la violencia, ni la supuesta exploración de emociones, ni el dominio de la técnica (fotografía, sonido y hasta edición banales), ni mucho menos la trama son comparables con sus pares asiáticos. Ya me pregunto, humilde, si N. no tendría finalmente la razón: una peli no hace primavera y el cine francés, desafortunadamente, sigue preguntándose dónde carajos encontrarse…

 

martes, 10 de marzo de 2009

Jackass

Metáfora de lo que es grande y bueno

Los destinos son ominosos. Algo de fatalidad ensombrece la frontera entre incertidumbre y consumación. El béisbol, como ninguna otra actividad del hombre, sucumbe –cual Sísifo en mallas– a la comedia: nada es tan impredecible como la resolución de un momento estático en el que todo, salvo la pelota, están quietos. Cuando las cosas se mueven, todo, absolutamente todo lo humanamente imaginable, puede suceder. Ya sucedió. Sucedió el domingo.

 

Uno de Robert Frost

 

Fire And Ice

 

Some say the world will end in fire,

Some say in ice.

From what I've tasted of desire

I hold with those who favor fire.

But if it had to perish twice,

I think I know enough of hate

To say that for destruction ice

Is also great

And would suffice.

 

lunes, 2 de marzo de 2009

(titular un texto es ya lo de menos)

 

me es tan fácil

 

pensarte geográficamente

 

abundante

 

                        a veces contenida

 

con ojos desbordados

 

y una vigencia

 

                        (no miento al verlo)

 

                                        francamente nerviosa