viernes, 21 de agosto de 2009

Un movimiento chido del concierto para cello de Shostakovich

El cello -o violonchelo, si se prefiere- tiene un encanto particular. Su sonido es, a la vez, masculino y cadencioso: puro temperamento. Englutido en la orquesta, no tiene la presencia numérica del violín, pero parece llamarlo sirénicamente a la gravedad. No menospreciado, pero casi dejado de lado por los clásicos (Haydn no dejó que se perdiera), el cello une sonoramente los 250 años que separan al barroco de los contemporáneos. No hay moderno que no abreve en él, pieza única de artillería al momento de oradar conciencias en tiempos tan volátiles. Hay preferencia unánime por el concierto para cello de A. Dvorak y por las suites de J. S. Bach; se aprecian igualmente los trabajos de L. Boccherini y A. Vivaldi. No hay ruso que no lo sostenga como linterna: este de D. Shostakovich es preferido, y la tal Han-Na Chang lo hace muy bien.+

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