Leer es un placer, lo menos, por partida doble: por un lado, la excitación de saberse parte de algo, de ese sueño y de esa abruptísima realidad que desfila entre letras; por otro, la febril anticipación de lo que sigue: un libro nos prepara para otro, siempre el siguiente y como vínculo –inusual, intrigante, inesperado– con otro sobresalto, otra vida (mejor), otra percepción de eso que nos rodea y hace y demerita y engrandece y duele. Tanto por leer, decía alguien por ahí, y yo esperando, simplemente, que obre nuevamente el milagro.
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