
(indefinido, aún)
Quien transporta su oficio, otro que el de escritor, a la literatura tiene, si lo sabe aprovechar, una ventaja: todo se vuelve escribible. Todo, con talento, se vuelve literatura. No agobia al escritor advenedizo, extraído de ramas de apariencia ajena, la necesidad snobista de demostrar ni la premura editorial. Este Fernández Mallo es de esos: asomarse por la ventana de la ambigüedad al mundo es zambullirse en todo lo probable, en todo lo dispuesto: casi todo sorprende. Símil con la infancia o la primera experiencia con las drogas: abrir bien los ojos es solamente reconocer lo que está ahí: un paso en falso nos lleva a escribir.
¿Me gustó esta, por llamarle de alguna manera, novela? No sé. Y eso no tiene ninguna connotación negativa: no es, bah, ni siquiera una postura estética. Simplemente: no sé. Quisiera decirme que sí, mi gusto por otra prosa me dice que no. Quisiera decirme que no, mis prejuicios me dicen que sí. Pero, claro, ahí voy, pensándola, acuñando una razón, explicándome la insensatez de no tener postura. O la insensatez de estar obligado a tenerla.
Lo menos que puedo decir de este libro es que es interesante. Muy interesante. Y eso, en época de panfletos, plagios indecentes y noveluchas de mediana moda, es todo un cumplido.
2 comentarios:
Me recuerda a Enrique Serna (Uno soñaba que era Rey) no? nada que ver?
saludos..
nelson
No conozco esa novela de Serna, pero, conociendo lo desfachatado que es, seguro es muy buena. Habré de conseguirla...
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