jueves, 14 de agosto de 2008

París era una fiesta

Escucho en la radio –estas cosas nomás no pueden saberse de memoria, ¡qué va!– que hoy se cumplen no sé cuántos años de la muerte de Bertold Brecht. Inmediatamente, el recuerdo: días en París con una vida ya asimilada y, aunque ajeno, cercana a mí. París era ya mi ciudad. Y en ella iba y venía, buscando lo que cada uno busca. Claro: una ciudad como París lo permite todo. Así que hay, sí, hay lo que uno desea encontrar. Tanto hay, a veces, que no deja espacio para más. Eso me pasó, con el teatro. Poco, poquísimo. ¿Por qué recordar a Brecht, entonces? Porque eso que fue tan poco, tan espaciado, tan inesperado, fue también –visto a la distancia segura que dan los muchos kilómetros y los casi 4 años– una experiencia. Hoy, escuchando el nombre del poeta (no, no me equivoqué: poeta), hoy recuerdo y veo en mí esas infrecuentes experiencias. Creo que sí, que debo agradecerle a Brecht algo. ¡Que sé yo qué! Ahí está, es mío, lo vivo y lo notable no es Brecht sino el tiempo y el momento y lo que me dijo y dije.

 

¡París era una fiesta, cómo que de que no!

 

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