Maridar comida y vino es una actividad compleja, intensa, poéticamente cercana al fallo. Cuando se trata de comidas mexicana, el maridaje se antoja forzado, excesivo: ¿por qué preocuparme por maridarle vino al mole cuando una buena cerveza o –si la ocurrencia mexicana es costumbre- una cocacola hacen perfectamente el trabajo de acompañar lo delicioso de la combinación de chiles y chocolate? No sé, pero a veces sí que se antoja arriesgarse y ponerse a sopesar caldos frente a platillos improbables. Ayer, Camenchi y yo salimos airosos –satisfechos, contentos, ya enervados por el alcohol- de una comida que incluyó sopa de tortilla, tripas fritas y tacos de filete con chicharrón, todo perfecta e intensamente arrosado con un Monte Xanic varietal syrah que hizo que la grasa, lo picante y hasta lo estrambótico del aguacate se llevasen no solo bien, sino que, misteriosos y anónimos, se fundieran con humores y bajaran por mí montados en el delirante cuanto fragante final pimentado del tinto en cuestión. Nada nuevo: hace ya meses, mi amigo F. propuso enfrentar un tinto syrah con panuchos de pavo con repollo y salsa roja y el resultado de la contienda nos dejó sorprendidos y animados.
------------------------------------------
“Do you feel the spiciness of the syrah?”, me preguntaba Don Miller mientras miraba yo un violeta único, maravilloso. Sí, sí que lo sentía y apuntaba yo a las posibilidades.
1 comentario:
No sé mucho de vinos, pero se antoja canijo...
Publicar un comentario