jueves, 23 de abril de 2009

El entusiasmo, explicado

La posibilidad de un encuentro mayor llena, lo menos, de una emoción y una felicidad únicas: solo en presencia del placer nos encontramos y somos y nos comprendemos a nosotros mismos, creo. Necesariamente, la búsqueda inconsciente de la cotidianeidad del hedonismo nos vuelve distraídos, oblicuos: caemos en cuenta del fallo a favor cuando ya dentro de nosotros florecen, irremediablemente, la pasión, la energía, los sentimientos más impuros y más sublimes. Pasa pocas veces, y nunca son inofensivos. Pasa inesperadamente, cuando creemos todo perdido. Pasa y permanece algo, aún inexplicable, que modifica la manera que tenemos de acercarnos al mundo, al entorno, al Otro: a nosotros. La lista de eventualidades o placeres absolutamente espontáneos es forzosamente corta: únicamente la restringe eso que nos hace ser diferentes. Y eso, claro, pesa mucho. Es todo. Entre lo mío, pienso sobretodo en la validez del heavy metal, en el sabor extrañamente indispensable del café, en la euforia exquisita del vino y la cerveza, en la sencillez y-¿quién me lo hubiera dicho?- la arrogancia del couscous, en la apertura sensorial del peyote y el LSD, en la abyección y redención de la poesía (¿cuántas cosas es la poesía?), en la oscuridad del cine,…

 

Desde hace unas cuantas semanas, algo parecido me está intrigando. Algo que quizás sea. O no. No importa: si lo es, estaré adentrándome a otra etapa de (re)conocimiento, de búsqueda: de encuentro, sí, de encuentro con ese que soy yo y que aún –y, quizás, por siempre- desconozco. ¿Quién soy? No lo sé sino yo y, sin embargo, dudo… Si resulta que no, que es simplemente un vistazo, entonces habré, de cualquier forma, disfrutado ese periodo de vida. Por lo menos, el triunfo es mío. Desde hace unas cuantas semanas, la ópera se acercó a mí. Me da entrada y entro, por fin. Pero entro poco a poco y cauteloso: sé cuán rápido se extinguen los destellos de grandeza. El camino fue, lo veo ahora, sumamente natural: la música vocal me es cara desde hace años: J. S. Bach como rango mayor del genio. Me gusta escuchar, pero ¿por qué no la ópera? ¿Qué me alejaba? La respuesta no es otra que yo mismo: nada en mí me acercaba a ella y ella, claro, me cerraba las puertas. O lo merezco o no y mi esfuerzo era pobrísimo y, aún más triste, vano. Culpo también a la tragedia contemporánea que son los cantantes populares: Paul Potts, Il Divo, Andrea Bochelli o pavonadas como Domingo interpretando poemas (sic) del anterior Papa,… ¿Qué de ello es peor? No hay límite superior para la porquería. Entonces, a tientas, me acercaba por otro lado: un aria es un reducto que otorga inmunidad y cierta confianza. El salto a la obra completa no se dio sin sus bemoles. Se dio, es lo que vale. Apenas me adentro, y ya me entusiasmo todo. Apenas me adentro y no sé si la entrada ya se abrió por completo, si de veras me permiten la belleza. No sé. Hoy, escucho. Hoy, disfruto. Mucho.

 

1 comentario:

Leonardo dijo...

No te vayas a volver loco. jaja. Muy bueno. Prefiero cuando escribes.

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