Aclaro, primero: pelis ya filmadas que vienen y tendrán espacio en las salas comerciales –por estos rumbos, prácticamente las únicas que hay–. Seda: ¡caray, qué ganas de meterse con libro tan extraordinario! A Seda, el libro, le debo el conocimiento de un autor favorito, Alessandro Baricco, y el redescubrimiento de la novela moderna, de los autores vivos que todavía conocen ese arte. Hay muchos, sí, pero pocos, escasísimos, como Baricco. Anticipo la película: una mala adaptación del libro –¿qué adaptación no lo es?– y la descarada fisonomía posterior, poniéndole cara de Michael Pitt a Hervé Joncour. Otra: Mamma Mia. Si de algo aborrezco, es de los musicales (en pantalla, claro, que en vivo es otra cosa). Pero, ¡coño!, Mamma mia, el musical que tanto me gustó en Londres, placer que repetí a la primera oportunidad. La fórmula no podía ser más fácil: Abba, Abba, más Abba. Esa peli sí que la espero con ganas de escuchar cantar a quien sea y hasta de mencionar una excepción en mis gustos. Y para terminar: ¿la música compuesta para cine: es menos por valerse de lo previo, la imagen? Por ahí leí un debate entre melómanos donde se rebatían entre los pros y los contras estéticos y hedonistas de la ópera. Género cobarde, decían algunos, pues se vale de lo anterior: siempre lo precede algo. Y la música hecha para el cine, me pregunto, ¿lo mismo? Será lo que sea, pero John Williams sí que supo cómo acrecentar emociones en esa escena –insuperable, una de las mejores– en que Darth Vader llega, todo maldad y autoridad, a la Estrella de la Muerte. ¿O no?