"Liquidation", de Imre Kertész
(la afrenta de la lectura al vuelo)
No todos los libros se abren igual. Quiero decir: no nos acercamos a todos los libros de igual manera. Algunos se abren casi como por azar y todo es nuevo (bueno, malo o infamemente neutral); me pasó con “La course au mouton sauvage” de Haruki Murakami y descubrí a un grande (que últimamente cascabelea, pero bueno...). Otros se abren a sabiendas de algo: el autor, los corrillos alrededor del autor o del libro, el entorno y no sé cuántas cosas más levantan suspicacias mucho antes, siquiera, de posarnos en la primera página de un libro. Pasa, con los últimos, que ya leímos algo del autor, que ya alguien nos arruinó la lectura dándonos su opinión del libro (tal como hago yo en este momento) o, peor, que vimos la película e irremediablemente le ponemos cara de actor conocido al protagonista de la novela en turno. Como sea, no se entra virgen al espacio del libro y nunca sabemos bien a bien cómo nos tomaremos tal cosa mientras leemos el libro. Me reconforta saber que no he sido tan errado y que muchas veces he confirmado la capacidad de sorprender y de cuestionar.
Ya hace tiempo que traía ganas de echarme esta novela breve de Imre Kertész, cuyo bagaje, en mi caso, son un premio Nobel como factor de descubrimiento y la lectura de una crónica novelada de sus días pre- y post-Auschwitz (“Sin destino”, se llama la maravilla) que me resultó francamente deslumbrante y con mucha más luz que toooooodas las novelas y crónicas que han salido de la Shoah (exceptuando ese pedazo bien escrito de Infierno que es la crónica de Primo Levi). Y nada, que abrí el libro y comencé a leer y hasta alcancé –nomás pasadas las primeras páginas– a comentarle a Camenchi lo contento que se pone uno ante la inminencia de la maravilla: todo pintaba muy bien. Pero, ¡coño!, no resultó así.
¿Culpar al libro? No: la culpa de la mala lectura es mía: tomé el libro sin saber que se avecinaba una temporada de sequía: diversas razones me impidieron hacer más que hojear el libro de vez en cuando, perdiendo ilación de la trama (interesantísima) y obligándome a retomar a destiempo escenas ya digeridas pero difusas. Terminé el libro sin haberlo abierto. Leí las poco más de 100 páginas sin leerlas. Quise abandonar la empresa, pero me detuvo la vergüenza: yo, no el libro, me estaba fallando. Lo terminé con culpa. Lástima: pudo haberme dejado con una sensación de extrañeza ante lo que hoy siento: una ensoñación ante esta expectativa malsana por una inundación que ya está aquí pero que no termina de llegar.
¿Qué se hace en estos casos? Nada. Acomodar el libro, tomarse un tiempo para escoger el siguiente y esperar. Sí, pasar por otras cosas y otros libros y otros viajes más o menos fantásticos y esperar a que, otra vez, la novela me diga algo que me haga abrirla de nuevo. Cuando suceda, seré diferente y quizás tenga mejores credenciales para hacerme de la lectura y del libro y de la vida que ello deja.
1 comentario:
Saludos maestro... cuidado con las inundaciones, y los diques, que?
Publicar un comentario