miércoles, 19 de diciembre de 2007

¿La mejor versión de la Pasión?








Comenzamos mal: intentar capturar, en una sola y única interpretación, la fuerza, la enormísima espiritualidad y la majestuosidad musical de esta obra es tarea imposible. Es tal su complejidad -aunque haya guiños de armoniosa sencillez-, que se antoja mejor camino una reconstrucción, una interpretación, que observe los innumerables detalles, sutilezas, agudezas y andamios de esta obra maravillosa. Pues, ¿cómo podría sospecharse de una interpretación total cuando hablamos de la mayor pieza musical jamás creada por el genio humano? No, no exagero: lo que Occidente es -y su influencia mayor en otras latitudes- está contenido, entero, en esta obra magnífica. Me deshago en adjetivos: redundo. Vuelvo, entonces, al punto inicial: ¿cuál es la mejor versión, i. e., interpretación, de la Pasión según San Mateo (obra catalogada con el código BWV 244; escrita c. 1727; de título original Matthäuspassion)? No existe tal cosa. Mejor: hacerse de las versiones faro, de las interpretaciones innovadoras, hechas con el corazón, la tecnología y el alcance lírico que este monumento se merece. Yo me quedo, por lo pronto, con cuatro versiones:
  • la dirigida por Philippe Herreweghe: si he de escoger una para la hipotética isla desierta, me quedo con ésta. Y es que hay tanto en ella: Andreas Scholl y un Erbarme dich que hace pensar en la divinidad; el expertise probadísimo de Herreweghe cuando se trata de la obra coral de Bach (sus versiones de las cantatas son insuperables); el tratamiento HIP (historically informed performance), que respeta instrumentos de época genialmente utilizados por su orquesta de cámara, los tiempos que crecen la expectación,...
  • la dirigida por Herbert von Karajan: esta, bueno, vale más por sus cantantes que por su director, a quien le iban mejor los románticos que los barrocos. Poco se metió con ellos, Karajan, así que se abusa de elementos modernos, sacrificando lo elemental de la obra: esa contemplación espiritual que sostiene un universo poderosísimamente hermoso. Pero, ¡ay!, que en esta obra están las voces de Gundula Janowitz y Dietrich Fischer-Diskau.
  • la dirigida por Leonard Bernstein: con instrumentos modernos y un texto traducido al inglés, ¿qué esperar? Menos de lo que entrega: los solistas son correctos (la elección de una alto en el Erbarme dich, que aquí se canta como Have pity, es buenísima), la cadencia muy actual sin llegar a ser irreverente y unos coros cargados de solemnidad a fuerza de voces, texturas robadas a la sinfonía moderna y tiempos quizás rápidos. Como Karajan, Bernstein se vale de lo moderno para hacer de ésta, su versión, un experimento auténtico, intelectualmente defendible y muy, muy apropiado para acercar al que prefiere la música instrumental a esta obra.
  • la dirigida por Paul McCreesh: una joya descubierta hace muy poco, esta versión de McCreesh utiliza el tratamiento OVPP (one-voice-per-part, donde las voces son interpretadas exclusivamente por solistas, no por coros, a menos que se indique lo contrario) con resultados solo vistos en la versión de Junghänel de la Misa en si menor: las arias, ahora interpretadas solísticamente, exponen a quien escucha a todas las sopresas que un coro mayor a veces esconde: la mezcla de voces se aprecia mucho mejor y las diferentes entonaciones crean un enramado diferente al logrado con voces corales. Bonus: Magdalena Kozena, sin ser la mejor, interpreta el Embarme dich con una voz y un acercamiento muy diferentes a los acostumbrados. Bellísima versión.
La cosa no termina aquí, claro. Faltan, al menos, las versiones de Harnoncourt, Richter, Koopman y una sonadísima -por controversial- interpretación de Spering. Y todo, para seguir levantando el camino hacia la obra perfecta. Ahí la llevo...

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