jueves, 31 de enero de 2008

In vino veritas

Algo pasa con los vinos chilenos. Para el caso, siempre ha pasado. Me he recorrido ya algunos cabernet sauvignon, merlot (lejos de ser mi preferida), carmenère, no sé qué más. Ninguno me ha dejado un sabor que valga la pena recordarse. Es más: los vinos chilenos que recuerdo, los recuerdo por malos. Será, me pregunto a veces, que no he probado ese que me guste. Puede ser. Pero cada vez son menos las ganas de andar experimentando, cuando ya hay tantas cosas sabrosas al paladar, a la vista y gratísimas al recuerdo en la cava de la memoria. Mi última andanza de explorador entre los varietales chilenos fue hace muy poco: me topé con un Casillero del Diablo pinot noir 2006 (¡sí, 2006!). Pinot noir, me dije, ¿qué puede salir mal? Mucho. Ya un pinot noir de la orgullosa Bourgogne me demostró que los varietales no son cosa de  franceses. Pero otro canto es cuando de satélites se trata, ¿no? En fin, que tuve muchas dudas antes de hacerme con la botella; algo creí haber escuchado – comentario negativo, por supuesto – acerca del pinot noir chileno. Mi amigo Fernando, quien cata siguiendo vías imprevisibles y riesgosas, me previno antes de otros caldos australes, iguales o más malos que el que se me venía encima. No hice gran caso, que para eso es uno cobaya. Total, que lo compré, lo descorché, lo probé. De eso, ni una semana, y ya olvidé si había gusto o regusto a algo medianamente agradable. Un vino correcto, sí, pero de esos está lleno el mercado y uno no va y paga ni 100 pesos por un vino correcto.  Y ya sabemos: cada satélite con su variedad: que si en México la cabernet, que si en Argentina la malbec, que si en Estados Unidos la pinot noir, que si en Sudáfrica la pinotage, que si en Chile... ¿qué? Casi que prefiero quedarme con la duda.

miércoles, 30 de enero de 2008

¿La muerte del disco compacto?

Ya se anuncia, como se anunció la del libro: la irremediable extinción de la producción en masa de discos compactos, todos ellos víctimas de la digitalización, la piratería rampante y el desapego generacional a la obra completa.  Ummmm, ¿será cierta la catástrofe? ¿Es ya inminente la desaparición del objeto faro de los 90s? No lo creo. Primero, ya el libro salió mas bien silbando y tan campante de la campaña mediática en su contra que alentaban los fabricantes de e-books y, ahora, los usuarios del Kindle. Puros gadgets complementarios, adminículos de viajero o vanguardista a ultranza. El libro, insisto, sigue ahí. Y lo mismo el CD, que ya no sabe cómo soportar los embates de la música digitalizada y su ubicuidad, ni esa absurda costumbre moderna – ¿lo es, realmente, o acumulamos en nuestra psique esa malísima costumbre? – de escuchar fragmentos de la obra completa. No, no hablo únicamente de la música clásica, donde de plano no entiendo – por absurdo, triste, metáfora de la falta de gusto – porque hay quien solo escucha los coros de la Pasión según San Mateo y deja a un lado arias hermosas, como el Erbarme dich y el Blute nur. O el primer movimiento de la 5ta de Beethoven y no esos dos movimientos intermedios que lo son todo y, acaso, más. Lo mismo con la música popular: ¿para qué comprar un álbum completo, si puedo hacerme del sencillo? Claro, 95% de los “artistas” actuales no sobrevivirán a ese único sencillo, pero, ¿y los demás, esos pocos que sí valen, que sí importan, que sí se importan? Segundo, ¿quién no comparte el placer de mirar portada, (h)ojear el librito, leer letras y agradecimientos, meterse un poco más? Y para terminar: en Internet encuentro más bien poco (y pobremente digitalizado) de lo que a mí me gusta y esta ciudad, escasa como lo es, me reserva sorpresas. Así, me las arreglo para que Amazon y esas salidas ocasionales de la ciudad me surtan de música clásica; ya mi dealer macuspanense encuentra cuanto grupo blackmetalero le pida, sin importar ediciones agotadas, ni disqueras oscuras y escondidas, ni aduanas ni nada. Cosa buena, por donde se le mire.

Texto llevado por el piano de Argerich entre las letras de César Aira

 

un vistazo

 

                     rápido

 

         de música

 

                - se enamora el viento –

 

ya la tormenta es pura inminencia

 

         y cuanto resuena vale

 

                                                            por toda

 

                        la misteriosa entonación

 

                                                                               del tiempo

 

lunes, 28 de enero de 2008

Mozart, ese tan grande, ¿sobrevaluado?

Sí, y mucho.  Sin ánimos combativos –que, bueno, es inevitable encender con este tipo de comentarios-, no es injusticia colocarle a W. A. Mozart título tan voraz y despiadado como el de sobrevaluado. Pero, a final de cuentas, On ego rem, on ego hominem. Fíjense: se le ensalza por la numeralia, la cantidad, el virtuosismo al piano y la precocidad. Habrá quien agregue, sí, esto del genio que –lo reconozco, faltaba más– se respira y siente enorme en obras como el Réquiem, algunas sinfonías y cuartetos de cuerdas. Pero sale mal librado si se compara –porque, claro, si se ha de decir que es el mejor, hay que compararlo con sus pares–, ¿o habrá quien diga que alguna de sus sinfonías supera a las de Beethoven? Tararéese la 5ta sinfonía, recuérdesela o escúchela en toda su grandeza: verán. Claro, es cuestión de gustos: hablo por mí. Y, para mí, perdónese la insistencia, para mí Mozart es compositor de obras sobrevaluadas. Otra comparación: hasta el 3er movimiento del concierto para piano op. 16 de Grieg traduce mejor lo que de valioso existe en la humanidad. Quizás mi comentario inicial tenga mucho que ver –seguramente es así– con la ubicuidad de sus obras y con mi poca tolerancia a la ópera –de ésta, solo en highlights y tampoco todo–. Y ya encarrerado, ¿por qué no pensar en un Bach subvaluado? No ha habido –ni habrá, eso ya lo podemos ir asegurando­– músico mayor, más completo, más genial, más humano y trascendente: todo superlativo es válido, de veras que sí.

viernes, 25 de enero de 2008

Otro de Jaime Sabines

Algo sobre la muerte del Mayor Sabines (fragmento)

 

No se ha roto el vaso en que bebiste,

ni la taza, ni el tubo, ni tu plato.

Ni se quemó la cama en que moriste

ni sacrificamos un gato.

 

Te sobrevive todo. Todo existe

a pesar de tu muerte y de mi flato.

Parece que la vida nos embiste

igual que el cáncer sobre tu omóplato.

 

Te enterramos, te lloramos, te morimos.

Te estás bien muerto y bien jodido

y yermo mientras pensamos en lo que no hicimos.

 

Y quisiéramos tenerte aunque sea enfermo.

Nada de lo que fuiste, fuiste y fuimos,

a no ser habitantes de tu infierno.

 

¿Solo lo difícil es estimulante?

¿La literatura, para ser válida, tiene que ser difícil? Si, si: Lezama Lima escribió por ahí que Solo lo difícil es estimulante y lo puso en práctica en su poesía y en sus novelas, tan hermosas en todo su esplendor barroco y críptico. Pero, ¿y las formas sencillas, la narrativa del diario? Esas, ¿dónde quedan? Sin dejar de lado la genialidad de la frase mencionada arriba, el aniversario de los casi ochenta años de Jorge Ibargüengoitia, muerto hace años, mueve a pensar en otro lado: en esa orilla no tan quieta donde la literatura es poco formal, libre, desenvuelta y muy, muy divertida. Claro, que no vengan con los best-sellers sanborianos que solo llenan de escombro las librerías: aquí lo cierto es la existencia de una literatura nada nueva y sí riquísima en formas y fondos, tanto como la obra menos legible de Joyce o Góngora. E Ibargüengoitia es de esos, de esos que practicaban un oficio que ya a muchos escritores se les ha olvidado – o, pero, que han dejado de lado por experimentar con aproximaciones a lo complejo, como si en ello se les fuera la valía –: el oficio de narrar una historia. No cualquiera, claro que no cualquiera. ¡Ah, cómo se antoja (h)ojear Maten al león o Los pasos de López, con una cerveza fría y la cabeza abierta al descaro más divertido!

jueves, 24 de enero de 2008

Anuncio inusitado y formal

El próximo domingo es el juego de estrellas de la Liga de Hockey profesional. Dejando de lado la mercadotecnia de la que deriva esto, la oportunidad es inmejorable para acercarse a un deporte del que me confieso prendado y muy lejos de entender. Me explico: en mis años europeos, la nula oferta beisbolera y la sobreoferta del soccer – tan endemoniadamente ubicua como la de México –, dediqué no pocas horas a ver hockey.  Terminé por disfrutarlo. Me llamaron, y siguen llamando, la atención varias cosas. Entre ellas, cito la clara fantasía de jugar sobre terreno inciertamente contenido y falso. Otra: sin ser box o judo, parece ser deporte de combate, donde los exabruptos violentos son tolerados. Desfogue, sácalepunta, mera arrogancia inútil, qué se yo. Una más: cuando nada se mueve, sucede la evidencia, como en el béisbol. El comparativo es incierto y flojo, pero alcanza a describir mi interés. El caso es que gusta y cada vez más. Dan ganas de acercarse con conocimiento y mayor entusiasmo.

miércoles, 23 de enero de 2008

¡Ah, nuestra izquierda!

Lo de siempre: ya salió a la luz lo pobre de nuestra izquierda, que ahora se entretiene con arengas en contra de la españolez del nuevo Secretario de Gobierno. ¿Qué, no se acuerdan de que su ilustrísimo mandamás, dictador de voluntades, tuvo un abuelo español? Claro, nunca es lo mismo... Y no, no se vaya a pensar que defiendo a uno o a otro: ya da lo mismo. Mas bien, no sé, como que me da por desear que las cosas públicas de este país fueran, a veces, coherentes. Es todo.

Una mirada al futuro

El misterio, como envoltorio de las cosas quietas, no es sino el asomo a lo que tememos y deseamos a la vez. Casi cualquier cosa se nos vuelve pánico entre las manos, mal mirada la cosa. ¿Futuro? Lo próximo o lo inminente dan lo mismo si la estancia es definida por cualquier cosa que no valga la pena. Y de esto, ya sabemos, hay mucho. Cualquier mirada anticipada debe abarcar, lo menos, todo lo que quepa entre dos sorpresas.

viernes, 18 de enero de 2008

¡Qué bonito es lo bonito!

Lo nacional se funde las más de las veces con una muy inapropiada forma del humorismo. Totalmente involuntario, el mexicano es capaz de la más pura vacilada. Que sirva de documento...

miércoles, 16 de enero de 2008

martes, 15 de enero de 2008

La religión como móvil musical

Un vistazo a mis gustos más marcados arroja lo evidente: la religión como móvil, como influencia mayor al momento de componer y ejecutar música tiene una relevancia inusitada en la música que escucho. Me corrijo: no, no la religión, sino la fe religiosa, si entendemos esta como un repositorio de dudas y una panacea a nuestros miedos, dilemas y desencantos. Me conmueven lo mismo las cantatas de Bach, cuya factura pareciera rutinaria, que los excesos del black metal satánico. De los últimos, me quedo con la brutalidad que forzosamente deriva de una angustia única y – da la impresión – compartida, de un desarraigo a todo lo vendible que tiene la bondad y lo bello. ¿Qué es lo bello?, me pregunto cuando escucho, realmente arrobado, cualquiera de los más finos muestrarios de decadencia, desesperación y tristeza. Refiérase, no sé, a lo primero y a lo último, a Emperor y a Deathspell Omega, a Darkthrone y a Kult ov Azazel. Ahora que, del lado barroco y casi tan actual, la belleza no solo es fácilmente definible: es casi requisito ineludible. Como poseso es como escucho las Pasiones, las cantatas, la misa en si menor - ¡la misa en si menor, coño! –. Pegar el brinco entre una y otra muestra de lo enorme y grande del talento humano es cosa de todos los días. ¿Cómo se sale de ahí? Cargado de portentos, lo mínimo...

lunes, 14 de enero de 2008

In vino veritas


El vino es lo de menos: una charla riquísima con Tilemy acerca de la (in)validez de la religión. Yo mascaba salchicha lyonnaise con lentejas, cuando Camenchi yo paramos en la Ciudad de México camino a Mexicali. El tema, éste de la religión, ya muy traído, ¿no?, pero ya sabemos que es carbón para mucho y, no sé de dónde, pero ya estábamos Tilemy y yo metidos en esto. ¿Por qué buscar la trascendencia en la religión? ¿Y el arte, entonces? Sí, el arte como espiritualidad o reflejo y refugio de ésta, el arte en el sentido más extendido del término. Va mejor por ahí, concluimos, bastante seguros. ¿El vino? Nomás acercándome a un sopor de esos que se antojan para subirse un avión y, simplemente, olvidarse...

miércoles, 9 de enero de 2008

Esas cosas de la vida diaria y un disparate magnífico

Y nada, que estoy en medio de mudanza, con una oficina literalmente de cabeza -no, no exagero: parado sobre el falso plafón, estoy-, sin conexión a red y con un tufillo a gas que seguramente viene de la refrigeración que no terminan de instalar. Nada de pretextos, claro: sigo en lo mío, que es un trabajo lleno de abstracciones, muchos libros y CDs (maravillas que nos llevamos, siempre, bien adentro) y una vida de casado que cada vez me gusta más. Como ven, la vida no es sino una consecución de puntos de agarre: a saber por dónde los pesca uno.


Pero se estuvo en San Diego y ahí sí que nos sacaron del huacal con una exposición muy chida, novedosa, divertida y diferente sobre animated painting. Lo recomendaron Karla y Nelson; lo agradecemos. Hubo de todo: me quedo con un video buenísimo de un tipo bañándose, mera alegoría de la percepción de lo extraño, externo. Otro, igualmente perturbador, representa el abandono de la ciudad; sí, la ausencia de seres animados aclara todo, pero hay además un desplazamiento por un vacío descrito en términos de color. No sé ya dónde se acaba el ingenio: está claro, en todo caso, que ni la lengua, ni el color, ni la necesidad más simple tienen llenadero.