¿La literatura, para ser válida, tiene que ser difícil? Si, si: Lezama Lima escribió por ahí que Solo lo difícil es estimulante y lo puso en práctica en su poesía y en sus novelas, tan hermosas en todo su esplendor barroco y críptico. Pero, ¿y las formas sencillas, la narrativa del diario? Esas, ¿dónde quedan? Sin dejar de lado la genialidad de la frase mencionada arriba, el aniversario de los casi ochenta años de Jorge Ibargüengoitia, muerto hace años, mueve a pensar en otro lado: en esa orilla no tan quieta donde la literatura es poco formal, libre, desenvuelta y muy, muy divertida. Claro, que no vengan con los best-sellers sanborianos que solo llenan de escombro las librerías: aquí lo cierto es la existencia de una literatura nada nueva y sí riquísima en formas y fondos, tanto como la obra menos legible de Joyce o Góngora. E Ibargüengoitia es de esos, de esos que practicaban un oficio que ya a muchos escritores se les ha olvidado – o, pero, que han dejado de lado por experimentar con aproximaciones a lo complejo, como si en ello se les fuera la valía –: el oficio de narrar una historia. No cualquiera, claro que no cualquiera. ¡Ah, cómo se antoja (h)ojear Maten al león o Los pasos de López, con una cerveza fría y la cabeza abierta al descaro más divertido!
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