El próximo domingo es el juego de estrellas de la Liga de Hockey profesional. Dejando de lado la mercadotecnia de la que deriva esto, la oportunidad es inmejorable para acercarse a un deporte del que me confieso prendado y muy lejos de entender. Me explico: en mis años europeos, la nula oferta beisbolera y la sobreoferta del soccer – tan endemoniadamente ubicua como la de México –, dediqué no pocas horas a ver hockey. Terminé por disfrutarlo. Me llamaron, y siguen llamando, la atención varias cosas. Entre ellas, cito la clara fantasía de jugar sobre terreno inciertamente contenido y falso. Otra: sin ser box o judo, parece ser deporte de combate, donde los exabruptos violentos son tolerados. Desfogue, sácalepunta, mera arrogancia inútil, qué se yo. Una más: cuando nada se mueve, sucede la evidencia, como en el béisbol. El comparativo es incierto y flojo, pero alcanza a describir mi interés. El caso es que gusta y cada vez más. Dan ganas de acercarse con conocimiento y mayor entusiasmo.
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